lunes, 3 de octubre de 2016

Queridx compañerx

Queridx compañerx,

Esta carta va dirigida a ti, y a muchas otras personas como tú. Es una carta de rabia, desahogo, de reflexión y, quizás, de esperanza.

Imagino que, en algún momento, te habrás preguntado sobre el por qué de las cosas. ¿Por qué vuelan los aviones?, ¿Por qué flotan los barcos?, ¿Por qué el cielo es azul?, ¿Por qué un ser humano puede sentir placer y satisfacción del dolor ajeno?, ¿Por qué otro ser humano es capaz de amar incondicionalmente, incluso a seres de especies diferentes a la propia?, ¿Por qué puede más la codicia y la apariencia que la bondad y la confianza?

Algunas de estas preguntas se resuelven por medio de teorías físicas, ecuaciones matemáticas, etc. Pero no son esas preguntas las que me quitan el sueño; si no para las que no hay una única respuesta; para las relacionadas con las personas.

No sé si estarás de acuerdo conmigo pero, vengo observando cómo, cada vez más, interiorizamos un sistema de relación social basado en los méritos. Sentimos cada vez en mayor medida ser reconocidos por nuestros logros y gestas públicas. Y es algo que me preocupa realmente.

Puedo, aunque me costaría, llegar a entender que queramos ser reconocidos en nuestro trabajo. Conseguir el máximo número de medallas que estén a nuestro alcance. Puedo, aunque me seguiría costando, llegar a entender que en el trabajo impere la ley del más fuerte y que nuestro futuro pueda verse puesto en peligro.

Puedo entenderlo, pero no lo comparto. Pienso, como dice la frase, que tanto en lo personal como en lo profesional “La suma de un equipo siempre será superior a la suma de las individualidades”.

Lo que creo que jamás entenderé es cómo podemos aplicar éste sistema de medallas en las relaciones personales no profesionales. ¿Qué ganamos con la arrogancia, prepotencia y falta de empatía que estas actitudes demuestran?, ¿Realmente es necesario mostrar al mundo nuestras medallas para que estas tengan valor?, ¿Es necesario menospreciar el trabajo de otra persona sin tan siquiera pararnos a pensar en sus circunstancias?

Yo tengo clara la respuesta; mi respuesta: NO.

El valor de nuestros actos está en lo que conseguimos con el mero hecho de llevarlos a cabo. O eso quiero pensar.

Por suerte, sé que existen personas a las que les sale ardiendo de dentro todo lo que hacen. Lo sienten. Lo disfrutan y lo sufren desde lo más profundo de su ser. Porque no puede ser de otra forma. Dejan de lado lo material y tangible y vuelan por el cielo o navegan por el mar a pelo y sin miedo porque son capaces de todo lo que se propongan.

Porque no llevan el lastre de medallas ni diplomas. Porque no ven ni escuchan más allá de lo que su corazón les muestra y grita.

Sé que existen ese tipo de personas con el alma blanca, libres. Y así debe ser. A pesar de los obstáculos, de las zancadillas, a pesar de que posiblemente serían más felices viviendo en un mundo de mentira en el que tiene más valor una medalla que el acto por el que la consiguió; a pesar de todo ello, siguen existiendo las personas que aman por encima de todo.

Existen y no podemos permitirnos el lujo de perderles. Me niego a asumir que es más fácil ser feliz a base de endurecer el corazón y apagar los sentidos.


Por eso me declaro fiel compañero tuyo, y de todo aquel que esté dispuesto, como yo, a morir en el intento de sentir, hasta sus últimas consecuencias.

Juntos no podrán con nosotros.

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