Queridx compañerx,
Esta carta va dirigida a ti, y a muchas otras personas como
tú. Es una carta de rabia, desahogo, de reflexión y, quizás, de esperanza.
Imagino que, en algún momento, te habrás preguntado sobre el
por qué de las cosas. ¿Por qué vuelan los aviones?, ¿Por qué flotan los barcos?,
¿Por qué el cielo es azul?, ¿Por qué un ser humano puede sentir placer y satisfacción
del dolor ajeno?, ¿Por qué otro ser humano es capaz de amar incondicionalmente,
incluso a seres de especies diferentes a la propia?, ¿Por qué puede más la
codicia y la apariencia que la bondad y la confianza?
Algunas de estas preguntas se resuelven por medio de teorías
físicas, ecuaciones matemáticas, etc. Pero no son esas preguntas las que me
quitan el sueño; si no para las que no hay una única respuesta; para las
relacionadas con las personas.
No sé si estarás de acuerdo conmigo pero, vengo observando
cómo, cada vez más, interiorizamos un sistema de relación social basado en los
méritos. Sentimos cada vez en mayor medida ser reconocidos por nuestros logros
y gestas públicas. Y es algo que me preocupa realmente.
Puedo, aunque me costaría, llegar a entender que queramos
ser reconocidos en nuestro trabajo. Conseguir el máximo número de medallas que
estén a nuestro alcance. Puedo, aunque me seguiría costando, llegar a entender
que en el trabajo impere la ley del más fuerte y que nuestro futuro pueda verse
puesto en peligro.
Puedo entenderlo, pero no lo comparto. Pienso, como dice la frase,
que tanto en lo personal como en lo profesional “La suma de un equipo siempre
será superior a la suma de las individualidades”.
Lo que creo que jamás entenderé es cómo podemos aplicar éste
sistema de medallas en las relaciones personales no profesionales. ¿Qué ganamos
con la arrogancia, prepotencia y falta de empatía que estas actitudes
demuestran?, ¿Realmente es necesario mostrar al mundo nuestras medallas para
que estas tengan valor?, ¿Es necesario menospreciar el trabajo de otra persona
sin tan siquiera pararnos a pensar en sus circunstancias?
Yo tengo clara la respuesta; mi respuesta: NO.
El valor de nuestros actos está en lo que conseguimos con el
mero hecho de llevarlos a cabo. O eso quiero pensar.
Por suerte, sé que existen personas a las que les sale
ardiendo de dentro todo lo que hacen. Lo sienten. Lo disfrutan y lo sufren
desde lo más profundo de su ser. Porque no puede ser de otra forma. Dejan de
lado lo material y tangible y vuelan por el cielo o navegan por el mar a pelo y
sin miedo porque son capaces de todo lo que se propongan.
Porque no llevan el lastre de medallas ni diplomas. Porque
no ven ni escuchan más allá de lo que su corazón les muestra y grita.
Sé que existen ese tipo de personas con el alma blanca,
libres. Y así debe ser. A pesar de los obstáculos, de las zancadillas, a pesar
de que posiblemente serían más felices viviendo en un mundo de mentira en el
que tiene más valor una medalla que el acto por el que la consiguió; a pesar de
todo ello, siguen existiendo las personas que aman por encima de todo.
Existen y no podemos permitirnos el lujo de perderles. Me
niego a asumir que es más fácil ser feliz a base de endurecer el corazón y
apagar los sentidos.
Por eso me declaro fiel compañero tuyo, y de todo aquel que esté dispuesto,
como yo, a morir en el intento de sentir, hasta sus últimas consecuencias.
Juntos no podrán con nosotros.
Juntos no podrán con nosotros.
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